sábado

el ataque


Me atacó la blancura en el fondo de la mente. Quizás nades entre los albores de los sueños. ¿Cómo descifrar el nombre que se esconde detrás de todos los nombres que se piensan?


Luego me sucumbió un temblor desde la punta de los pies hasta los tobillos. Similar, pienso en un instante muy denso, al espasmo que me producía el verte recorriendo los intersticios de mí que me ocupé de ocultar tras años de trabajos internos.


Me atareó la idea de crearte otra vez para encontrar en tu nueva forma las faltas fatales que llevaba la primera: en especial, el rasgo indiscutible de la ausencia. Para rellenar tu vacío en el mullido sillón, basta que no exista tal nada. Así de conformes se han sucedido las cosas: así resultás de entre todas mis preocupaciones, la más solventable. La menos.


El carácter relampagueante de mis letras no debe asustarte: ni yo descifro los mensajes que desde la extraña catarata que me avasalla, intento codificar en suaves dosis lingüísticas. Parecen, te recuerdo, el movimiento siniestro de la cortina cuyo origen nunca fuimos capaces de descifrar - en la importancia atribuida está todo -

Después de eternas consultas inconexas, toda recomendación se resume a que deje de escribirte, porque diseñar extraños textos con el cuerpo ha dejado resquicios en mi mentalidad que no podré reparar ni con grandes dosis de pastillas, ni con tratamientos externos, ni con el olvido siquiera. Ahí es donde tomarte otra vez no resulta fácil: tendré que matarme primero.

martes

etapas

todo nos parecía enorme. sanguinario, trágico hasta el pescuezo, extremo, colorido, proveniente de un lugar que parecía desconocido, los sentidos agudizados en un sonido imperceptible (todos los sentidos).



llorábamos sin quererlo al tener sexo porque sentíamos que las manos del otro eran cuchillos sacándonos la piel de a trozos grandes y cuadrados, y reíamos cuando un hombre moría en plena calle, porque pensábamos que era un show de payasos. con narices rojas y pies grandes como aletas, saltando entusiasmados para ganar plata en un semáforo. las manzanas parecían cocodrilos y las comíamos con culpa pensando que faltábamos a las leyes de la naturaleza, pero eran nuestras preferidas, después de los elefantes que nos parecían chocolates amargos y calientes.



los escalofríos venían con el calor del mediodía porque los icebergs siempre se asomaban de noche, cuando el mar ondeaba en olas gigantes y nos bajaba la presión bruscamente. las flores que nos brotaban cuando nos golpeábamos las usábamos después para decorar las fiestas de fiebre, en las que el afectado bailaba liviano y seco, y parecía un enano sobre todo si era un niño.



teníamos cierto fanatismo hacia lo imaginario. luego despertamos, y nuestras madres ya tenían preparada la cena, cuya forma era la de un recuerdo lejano con el que jugábamos en los atardeceres de verano.



cuanto menos de verano, mejor

renacimiento


resurgí, ahora soy mis dos caras

está posando en mi mano mi rostro desvalido

mientras sobre el cuello, altiva, la segura se erige

escupe al mundo lagartijas de acero

que se pudren sobre el asfalto y luego

se encarnan a la tierra,

maté mis yoés sin piedad de mí,

quedamos sólo imágenes proyectadas

sobre cada cielo negro en todo punto del planeta,

somos los rostros reveladores y farsantes

que claman sus verdades con las bocas torcidas.

ya no debo temerle a la muerte prometida

que acecha mis huesos a cada paso del tiempo:

no soy alma ni cuerpo ni deseo ni soy

sólo el contorno de mi rostro tan trazado

sólo el fulgor de mis ojos cuando la luz se cierne sobre el bosque:

las miradas que quieran mirarán sus rostros

ya la de mi mano, torcida

como la que sostiene mi cuello con gesto reverente

y los desnudarán si quieren de sus antiguos estigmas

para dejar a pleno fuego la eterna carne de las imágenes.