sábado

amanecer en sí


Después del fresco remanso del sueño, resulta imposible incorporase. Un leve picor sobreviene en el cuerpo, lo asalta, le domina los reflejos, los movimientos, las leves sinfonías de las articulaciones y el afanoso contornear del cuello. Tras la apertura apabullada de los ojos, una imagen confusa se cierne sobre los párpados: el hormigueo constante de miles de personas diminutas. Trasladan grandes cajas pesadas, o llevan entre sus brazos a niños con hambre, que sacuden sus manos al aire y se acurrucan en el pecho que los lleva, tan falto de carnes que no les garantiza el calor que precisan, y mueren tras cada espasmo respiratorio. Devoran carnosas manzanas que sujetan entre sus dedos mientras miran un cuerpo armónico que los rodea en seña clara de provocación, y vuelcan sus manzanas en la calle, para que un perro sarnoso las devore con impaciencia.

El paisaje está cubierto todo por una densa niebla azulada. Los seres se manejan, anónimos, entre un aire afectado, que les va envenenando las partes más púdicas de su anatomía, para atacarles luego todos los sistemas, la presión de la sangre, los huesos ya tan corroídos y los sentidos en, cada vez, menor armonía - la vista borrosa, el olfato lento, el gusto indiferente, el tacto inhábil, el oído desatento -

Lo devora de pronto una noción de desvarío: la duda galopante de la fantasía. - ¿Se cierne sobre mí la completa ficción, o estoy tanteando, tras un estímulo externo de origen desconocido, los albores de la realidad con formas indecibles? - El esfuerzo que conlleva descifrar la duda, impiadosa duda asaltando todas las relajaciones posibles, acaba en la quebradura de algunos huesos, la flexión involuntaria de plenas las comisuras de la boca, y en espasmo irrefrenable desde las rodillas hasta el hombro derecho.

Entre las sábanas blancas que cubren al denso cuerpo escabullido, los dedos se estiran maravillados ante la vuelta al mundo. Automáticamente se tensan: han penetrado el vil paisaje de las soledades. Como si todo el cuerpo hubiera obtenido la habilidad de ver, lloran los fragmentos anatómicos hasta deshacerse. Y balbucean sin saberlo, aprendiendo en dos instantes el idioma, tirame a las arañas, cómeme el cuerpo, híncate en mí como una aguja anestesiada, drógame en el más puro desvarío, justo allí, delante de las sombras, entre las turbias densidades azuladas

2 comentarios: