miércoles

botánica de las especies



es como si desde el tiempo que es una fosa enorme y catastrófica se desprendieran ramitas, muy finitas, y cada ramita terminara en un hecho, ya sea extraordinario, ya sea cotidiano, y cuanto más larga es la ramita tanto más grande es el hecho, y lo que es de siempre - que ya de tanto estar olvidamos, es curioso - de la fosa grande y honda que es el tiempo las ramas más largas lo acarrean, pero también, y eso es más curioso, las más finitas, tan finitas que quizás las vimos una vez pero nos parece que fue un sueño sonso


las gruesas cargan lo grande, no tiene nada de raro, es lo más lógico, que las grandes ramas lleven los pesos pesados, como las muertes y los desengaños y los premios, por cada recuerdo especial tenemos una rama grande, pero no la vemos porque si la viéramos, ay, está toda desmembrada, le salen gusanos, savia fosilizada, esos bichos que parecen haber surgido de la otra capa del tiempo, que está abajo de la grande y catastrófica, es como las placas tectónicas, muy adentro pero desde adentro hacen temblar todo. lo que quiere decir que todo lo que pasó de verdad y no parece nunca un sueño en realidad está cargado por los cadáveres de la vida, que es el tiempo, o peor, los restos de los cadáveres de la vida, que es el tiempo, una fosa muy angosta y deshabitada, como un árbol que nació muerto y como las ramas no crecen para adentro, salen, y casi siempre nos parecen un sueño porque no se puede, aunque lo hagamos todos, afirmamos, nadie puede crecer al revés

sábado

The big leap


Dice que el sol lo engaña
que el sol es un misterioso espejo
se escarba los ojos con un pedazo de pan
como si quisiera probar el método
de que la comida entre a través de las membranas oculares
porque no piensa abrir la boca o
no la abre salvo para decir
que el sol es un sutil mecanismo de corrupción
porque nos vende estímulos falsos y a cambio
le rendimos un culto desproporcionado y demasiado atento

se queda exhausto
después de intentar muchas veces
meterse el pan a través del ojo

nosotros también somos corruptos
porque inventamos las luces de la calle
piensa que son preciosas
- lo piensa pero no lo dice -


y un método muy innovador a través del cual
exprimimos al sol y lo metemos en una rutina electrificada
algo como lo que yo hago
que es comer pan a través de los ojos
y aunque duela después vale el efecto
de la tersura de la miga en la garganta y todo su viaje
por los nervios
se disfruta de un modo diferente
casi orgásmico, piensa
lo piensa
 pero no lo dice
y yo de repente pienso en el sol como un gran pene
que nos penetra a todos equitativamente
y lo digo
pero esa es otra historia.

lunes

ropa debajo


Y entonces mamá dijo que no, que el verano no volvía.
Que de acá en más, y cada vez peor,
 sería todo una desgracia arrutinada,
 maliciosamente coherente.
 Que después vendrá, pero ya no.
 Y saltó a guardar la ropa,
que sin gritar se mojaba, y
 nos dejó con su discurso
y nosotros sin amparo,
porque ya llovía, y era marzo, entonces,
nunca más la placidez de saber que la estación
          son dos brazos abiertos con los que volamos y vamos directamente al sol,
 y si no vamos, no importa, 
flota por allá 
la nube tibia del consuelo.
Pero el otoño es algo así como el abismo,
parece decir mientras pliega la ropa, mientras cobarde se calla.
Un abismo negro y sórdido donde aunque ya pasamos
tantos todavía no sabemos nadar, o nos parece que no
o nos queremos hacer los que no
y vení, ayudanos, nos parece decir
porque solos no
   y llueve.

sábado

bola de nieve


una fragmentación ideal para no tener que elegir qué parte del cuerpo destrozar. las armas son regaladas a todos los hombres, algunas mujeres dispersas, una vieja que tose, la música como las doce constantes, en compás regular, sobre los hombros, desde la montaña. cada uno elije una víctima sin saber elegir, porque sí, se suma una orquesta como de pájaros y elefantes, un chillido de amor espantado que huye hacia nosotros. los disparos se efectúan en ceremonia sublime, todos los hombres - ninguna mujer, ningún niño - caen en su coreografía pintoresca en la tierra seca, levantan el polvo, y aunque suenan tan fuerte sus impactos la orquesta no amaina su fuerza, es más, cada vez más, cada vez más violenta, el sonido de los colores, un crepúsculo en compás con el universo. Sólo eligieron una parte, unos los brazos, otros las piernas, los dedos de los pies, todo descolorido por el sol, ahora, casi putrefacto, hirviendo en la cáscara del suelo. Suficiente debilidad para que cualquier golpe dé igual. Y atrás la orquesta, una vez, un trueno, la estampida, los asesinos paralizados, una fragmentación ideal para el foco constante de los animales, que ya van, que bajan de la colina, una bola de nieve más, cada vez más rápida, como un bombo que marca el tiempo de la caída al precipicio. 

viernes

el juguete (serie) 2

Mis dedos, ya acostumbrados al precioso espectáculo que brindaban a mis ojos, intentaron encontrar desesperadamente un elemento donde posar sus preciosas contorsiones. Yo me sentía en la soledad más absoluta: para mí, no había más que sombras entre todo mi espacio. Como si la propia oscuridad se lo hubiera comido todo, y sólo me quedara la conciencia de mí mismo. Y se combinaron en mí el deseo irrefrenable de las manos por posar algo entre sus formas, y el eterno vacío de objetos que me rodeaba, que dio como resultado una convulsión que me invadió plenos los miembros, un estallido en el que no podía controlar mis acciones, en que las manos tomaban las riendas de la razón para hacerme ejecutar los más alocados movimientos.

En esta búsqueda que manifestaban claramente, como un niño demuestra que necesita comer y llora sin descanso, con una energía que lo domina desde las entrañas que en ese entonces son tan grandes e infinitas como el universo, tanteé un bulto que mis sentidos reconocieron instantáneamente. No por tener una forma particular, sino porque supe que no era un objeto mundano, convencional, que era acaso igual a todos los demás que pude haber tocado, sino porque respondía a todas las necesidades que, sin siquiera yo saberlo, tenía mi cuerpo y pretendía satisfacer. Era contorneado, firme, acaso un tanto peludo, con una textura que a mi mano le resultaba placentera, como si hubiera hallado el lugar ideal para posarse hasta la muerte. Se paseaba en su forma que empezaba a resultarle grande, casi inabarcable, penetrada por la oscuridad que la convertía en un misterio cuyo final estaba lejos, en un plano que sobrepasaba mis acotados límites. Pero fue en aquel momento cuando mi mente comenzó a intervenir en la ya siniestra aventura de mi percepción, para reconocer al objeto en lugar de dejarlo librado a las interpretaciones. Y la palabra que vino a mis pensamientos me espantó de tal modo que por un instante tuve que apartar mi mano de él, para no sufrir la sensación de estar pensando exactamente lo que estaba sintiendo. No era una palabra siniestra, ni siquiera extraña, sino más bien lo contrario: por eso tuvo un efecto tan adverso en mí. Se refería a, quizás, la cosa más cercana que yo pudiera tener aún estando solo: el estado totalmente puro de mí mismo. Ese reflejo directo que significa la desnudez total de nuestra esencia, que nos descubre sin que tengamos la posibilidad de subjetividades o dobles disquisiciones.

La palabra era yo mismo. Juguete.