martes

perpetuamente abiertos



Tras todo el silencio que ha dejado una presencia menos, esa vasta presencia que todo lo abarcaba, parece que sobra el aire en el espacio que habitamos. Y sin embargo no porque ya no respire – aunque es cierto, ya no respira – sino porque siento que desde ayer, un par de ojos están perpetuamente abiertos.

Voy a ser generoso y a depositar expectativa en lo que por intuición presumo grande. Mi futuro después de que ella lea mi carta. Esa carta incompleta que está huérfana sobre mi mesa, sobre la que sigue durmiendo un grillo que me despierta en la noche. La extraño y lo he notado en las arrugas de las yemas de mis dedos. Son cada vez más hondas y están cobrando un color oscuro en algunos espacios, parece que tuvieran siniestros rostros de viejos ancestros que me cuesta recordar, pero con los que estoy relacionado sin duda alguna. El no poder nombrarlos, no encontrarles un referente en el lenguaje o en la realidad, una foto, una reminiscencia tangible, me desespera al punto de desearla sin tregua, como el único escape que tengo hacia mi propia vida, exenta de nimiedades y confusiones temporales, ese gran campo verde decorado con flores de colores infinitos donde todo place más allá del mundo.

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