martes

flores celestes


Todos los espectros parecen azures esta noche. Asoman sus rostros impávidos de entre las rendijas de las sombras, y mecen ahí sus entrañas roídas por pasados mustios de alegrías saltando en jardines de flores celestes y plenos abrazos a escondidas.

Todos nosotros malogramos los sueños originales: al crecer, no se es más que una deformación desagradable de lo que se pretendió al despertar de la ilusión inicial. En el camino del futuro, la posibilidad se acortó hasta reducirse en nada: los brazos levemente inclinados hacia adelante, sólo capaces de matarse por sí mismos - prendiendo un cigarrillo entre la niebla, llorando a retortijones en los ojos - y un movimiento regular que pretende ser cambiado súbitamente por el viento.

Todos tus espectros me chupan la sangre. En una sola succión se devoran mis huesos, ya, y sólo de mí queda piel entregada al vacío. En la lóbrega luz que se cuela por la ventana que al parecer existe, recordé otra sombra que, igual, se dibujaba en tu rostro cuando eras lo que ya no parece mío, como no fueron mías ya las ilusiones que me decoraban, preciosas, al caer en el mundo de un salto y que de un golpe en la frente mataron a mi madre para siempre.

Al despertar, el río engañoso volverá a correr entre los días de cotidianidad cadavérica: desde que el espanto me cubrió desde allí arriba, siempre contorneará a todas las cosas una leve sensación de fatalidad, justo en las partes que a los ojos comunes resultan indiferentes.

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