martes

con todo tu abrigo




No puedo doblegarme. Te escribo en compás con el sol que nace: con un deseo que me aflora de abarcarlo todo. Y soy débil como una telaraña apenas nacida, que no podría atraparse siquiera a sí misma. Ya ni las sombras de mis sombras, ni las sombras de quienes antes estaban, hoy me acompañan, soy sólo hastío roído por el viento, un débil reflejo de lo que fue el crepúsculo, cuando de un rosa apenas blando me teñía, y los ojos me inundaban en grandes llamaradas, asombrados por la forma indecible que quería traslucir mi cuerpo. Hoy, que de un verde inútil se torna el cielo, olvidé las tormentas en que antes me convertía - nosotras somos, ante todo, un constante intercambio de formas, tan rápido que nadie ha advertido que somos todas diferentes, o quizás, siempre las mismas - y busco un rincón inhóspito que me cubra en las alturas. Ensombreceré al sol aunque sea diminuta: voy a afectar tus ojos, y una tristeza te cubrirá el cuerpo, desentendiendo el malestar que te acose. Algo extraño te hará debilitar las piernas, y caerás al suelo con todo tu abrigo a cuestas.


El viento no amainará porque hayas muerto: yo, solitaria y corroída, hurtaré los rayos que te pertenecen. Y al sol lo mataré con mi forma indefinible. No más círculos renombrados, no más luces conocidas. Iré creciendo desde mi rincón espectral, para que caigas, y ruede tu deseo infame de hallar una felicidad accesible y preciosa con sólo alzar apenas la cabeza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario