
sábado
el ataque

martes
etapas

todo nos parecía enorme. sanguinario, trágico hasta el pescuezo, extremo, colorido, proveniente de un lugar que parecía desconocido, los sentidos agudizados en un sonido imperceptible (todos los sentidos).
llorábamos sin quererlo al tener sexo porque sentíamos que las manos del otro eran cuchillos sacándonos la piel de a trozos grandes y cuadrados, y reíamos cuando un hombre moría en plena calle, porque pensábamos que era un show de payasos. con narices rojas y pies grandes como aletas, saltando entusiasmados para ganar plata en un semáforo. las manzanas parecían cocodrilos y las comíamos con culpa pensando que faltábamos a las leyes de la naturaleza, pero eran nuestras preferidas, después de los elefantes que nos parecían chocolates amargos y calientes.
los escalofríos venían con el calor del mediodía porque los icebergs siempre se asomaban de noche, cuando el mar ondeaba en olas gigantes y nos bajaba la presión bruscamente. las flores que nos brotaban cuando nos golpeábamos las usábamos después para decorar las fiestas de fiebre, en las que el afectado bailaba liviano y seco, y parecía un enano sobre todo si era un niño.
teníamos cierto fanatismo hacia lo imaginario. luego despertamos, y nuestras madres ya tenían preparada la cena, cuya forma era la de un recuerdo lejano con el que jugábamos en los atardeceres de verano.
cuanto menos de verano, mejor
renacimiento

resurgí, ahora soy mis dos caras
está posando en mi mano mi rostro desvalido
mientras sobre el cuello, altiva, la segura se erige
escupe al mundo lagartijas de acero
que se pudren sobre el asfalto y luego
se encarnan a la tierra,
maté mis yoés sin piedad de mí,
quedamos sólo imágenes proyectadas
sobre cada cielo negro en todo punto del planeta,
somos los rostros reveladores y farsantes
que claman sus verdades con las bocas torcidas.
ya no debo temerle a la muerte prometida
que acecha mis huesos a cada paso del tiempo:
no soy alma ni cuerpo ni deseo ni soy
sólo el contorno de mi rostro tan trazado
sólo el fulgor de mis ojos cuando la luz se cierne sobre el bosque:
las miradas que quieran mirarán sus rostros
ya la de mi mano, torcida
como la que sostiene mi cuello con gesto reverente
y los desnudarán si quieren de sus antiguos estigmas
para dejar a pleno fuego la eterna carne de las imágenes.