lunes

el juguete (serie)



Pensar en este trabajo fue un desafío inmenso. Un gran laberinto que yo mismo me trazaba. Cuando la idea se inmiscuyó en mi mente por primera vez, sentí que me invadía un espantoso miedo, aquel horrible temor a la imposibilidad, al intento frustrado en que las circunstancias nos limitan de un modo tortuoso, recordándonos las pocas posibilidades de la existencia.

Ejercer una actividad física, es ya una desafío que sólo pueden superar algunas especies privilegiadas. Y aún más privilegiado resulta realizarla a voluntad; y fuera de toda concepción básica, se ubica el sentir cierto placer o algún desagrado en esta acción. Por eso moverme, fue para mí lo mismo que nadar entre algas espesas, esperando a devorarme con filosos dientes. Mi quietud de nacimiento, de la que nadie había intentado despojarme, me mantuvo los miembros tan entumecidos, que tenía una clara sensación de estabilidad eterna. Como si alguien me hubiera asignado un lugar en el que mantenerme mientras el tiempo me presenciaba, impávido, y yo a su vez lo presenciaba a él mutando en todas sus increíbles formas, transformando a su vez las cosas que rozaba, salvándome de su paso con una mezcla de compasión y obediencia.


Moví una mano, que anteriormente estaba rígida contra mi cadera, casi sosteniéndola. Los miembros que de ella se desprendían (aquellas largas pinzas que a mis ojos todo lo sostienen, que son herramientas mágicas, destructoras, constructoras, hábiles y suaves, de rugosidad variable, pero con un indiscutible poder de acción) se precipitaron a ejecutar un espectáculo asombroso: un paso de baile único, coordinado y en el que cada actor tenía un papel independiente. Aquel arte que de mi cuerpo se desprendía, me pareció el paradigma de la perfección teatral, combinado con la fantástica habilidad de asir. Tenía en mí, y sin haberlo sabido nunca, la conjuración única del movimiento, el sentimiento y la articulación. Eran mis manos el escenario perfecto para que los más talentosos actores del mundo expusieran libres sus sentimientos más hondos, aquellas enredaderas oscuras que les penetran el alma hasta que todos sus desechos podridos deben ser expulsados en un irrefrenable resonar de tablas.

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